Si James Cameron, director de la película "Titanic", hubiera conocido con anterioridad la historia de los Peñasco, una rica y aristocrática pareja española que se embarcó en el último momento en el «Titanic» ,estamos seguros de que la hubiera escogido como argumento central de su historia cinematográfica. No falta de nada en esta gran historia de amor envuelta en el lujo descarado de la época: Víctor Peñasco, de 24 años, de profesión «gentleman», tal y como figura en su certificado de defunción, y su esposa, María Josefa Pérez de Soto, de 22, embarcaron por casualidad en el «Titanic» como colofón a un viaje de luna de miel que duraba ya 17 meses, siempre acompañados de su sirvienta, Fermina. Mientras, otro criado se quedaba en París para fingir la coartada de que seguían en la Ciudad de la Luz y no se habían embarcado como les habían prohibido sus padres; ella se salvó y él perdió la vida por ceder su sitio en los botes a otra mujer con un niño en brazos. Por si esto fuera poco, hay incluso una negra trama en la que, por motivos de herencias, la familia se ve obligada a comprar un cadáver para hacerlo pasar por el hombre fallecido en el naufragio y cuyos restos nunca se recuperaron.
Ocho españoles figuraban registrados. como tales en el libro de pasajeros del «Titanic», el gigantesco buque que, en abril de 1912, se dirigía desde Europa a Nueva York en su viaje inaugural. Todos viajaban en segunda clase, excepto una pareja de recién casados, Josefa y Víctor Peñasco, los únicos españoles que, junto con su doncella, se acomodaron en la lujosa primera clase. Elena Ugarte, sobrina de la pareja y miembro de honor de la Asociación Internacional Titanic, que intenta recuperar las historias personales de todos los pasajeros del mítico buque, narra los recuerdos que su tía, una de las supervivientes de la catástrofe y fallecida en 1972, relataba a la familia. «Una historia que no quiso contar hasta muchos años después de que sucediera».
Víctor Peñasco y Josefa Pérez de Soto se encontraban en plena luna de miel. Como en la famosa película, ella se salvó y él murió. | |
Matrimonio Peñasco, Víctor y Josefa. (Foto de la época) |
«Ella estaba ya en la cama y él todavía se desvestía»
Y llegó el fatídico 12 de abril de 1912. El «Titanic», el mejor y más seguro barco de la historia, orgullo de Inglaterra, debía romper el récord de travesía del Atlántico para obtener la ansiada «blue ribbon»(cinta azul) y así acreditarse también como el barco más rápido. Normalmente se necesitaban siete días para atravesar el océano y su capitán quiso hacerlo en cinco. Para ello se fue muy al norte, para hacer el camino más corto, y con las máquinas a toda potencia, desoyendo los mensajes de otros barcos que avisaban de la presencia de «icebergs» en la ruta. El capitán creía que era una estratagema de las otras compañías para obligarle a ir más despacio. Ya con el récord en la mano, la víspera de la llegada, el capitán, como era costumbre, organizó la cena de gala de despedida a los pasajeros de primera.
«Aquello era una muestra del mayor lujo que podía verse. Los hombres, de rigurosa etiqueta, las mujeres con sus mejores galas y todas las joyas que sus cuerpos fueran capaces de cargar explicaba Josefa a sus familiares. Una gran cena amenizada con una gran orquesta. Como buenos españoles, fuimos los últimos en abandonar el salón, ya que nos quedamos charlando con un matrimonio argentino, los únicos con los que hablamos congeniado en el viaje». Eran las 11 de la noche cuando se dirigieron hacia su camarote. Pocos minutos después, uno de los vigías divisaba una montaña de hielo apenas a 600 metros de la proa del buque. No le dio tiempo a virar...
«Aquello era una muestra del mayor lujo que podía verse. Los hombres, de rigurosa etiqueta, las mujeres con sus mejores galas y todas las joyas que sus cuerpos fueran capaces de cargar explicaba Josefa a sus familiares. Una gran cena amenizada con una gran orquesta. Como buenos españoles, fuimos los últimos en abandonar el salón, ya que nos quedamos charlando con un matrimonio argentino, los únicos con los que hablamos congeniado en el viaje». Eran las 11 de la noche cuando se dirigieron hacia su camarote. Pocos minutos después, uno de los vigías divisaba una montaña de hielo apenas a 600 metros de la proa del buque. No le dio tiempo a virar...
«Mi tía estaba ya en la cama y mi tío todavía estaba desvistiéndose - explica Elena Ugarte siguiendo el relato de Josefa - Oyeron un ruido enorme que no le gustó nada a mi tío. Salió del camarote y se dirigió a cubierta, donde se encontró con un marinero al que le preguntó qué pasaba y dónde estaban los chalecos salvavidas. El marinero simplemente se echó a reír. Volvió al camarote, recogió a Josefa, que sólo tuvo tiempo de ponerse un chal por encima del camisón y a la doncella, que se encontraba en el camarote de enfrente».
Todos se dirigieron a cubierta. El mar estaba tranquilo, como un espejo, pero las máquinas habían parado.«A los diez minutos aquello era una casa de locos, toda la gente gritando y corriendo, prisas y peleas, no había botes para todos... Alguien dio la orden de que primero subieran a los botes las mujeres y los niños, los de primera y, luego los de segunda y tercera clase. Recordaba un oficial sacando una pistola y disparando al aire para intentar poner orden en aquel caos». A Josefa, y su doncella las metieron en el bote número 8. «Víctor se dispuso a subir, pero vio a una mujer con un niño en brazos y le dejó paso para que entrara en el bote. Josefa ya no volvió a ver a su esposo, se perdió en el barullo».
Víctor dejó pasar a una mujer con un niño en brazos»
Josefa era incapaz de recordar lo que pasó después pero, curiosamente, en aquel mismo bote le tocó subir a la famosa condesa de Rhodes, personaje que, por cierto, también sale en la película de James Cameron, y hizo un relato de aquellos momentos en una revista publicada en el «New York Herald» el 20 de abril de 1912 en al que habla, precisamente, de Josefa: «... Entonces la señora Peñasco empieza a chillar el nombre de su marido. Fué terrible. Le pasé el timón a mi prima y me puse acurrucada junto a la señora Peñasco, tratando en lo posible de consolarla. Pobre mujer. Sus sollozos ablandaron nuestros corazones y sus palabras eran imposibles de entender debido a su tristeza (...) Cuando el terrible final llegó, utilicé lo mejor de mi misma para intentar distraer a la señora española y que no oyese los agonizantes sonidos de los que se ahogaban en el mar».
A Josefa, no se le borró nunca la imagen de «Aquel coloso, totalmente iluminado y que poco a poco se iba hundiendo junto a ella. Oyó a la orquesta que había subido a cubierta tocando música para intentar calmar a los pasajeros y las órdenes de que se retiraran del barco para evitar que se les tragara el remolino que produciría al hundirse. Vio gente saltar al agua y gritar de dolor». La temperatura del agua, de 4 grados, los mataba en 15 minutos interminables. Ella y su doncella no fueron capaces de mirar cuando el imponente navío se fue hacia el fondo del mar, cuatro mil metros por debajo de ellas.
«De pronto, se oyó un ruido enorme. Como si una montaña se viniera abajo. Cuando me decidí a volver la cabeza, el barco había desaparecido como si se le hubiera tragado una garganta misteriosa». Habían pasado dos horas desde el brutal choque.
«La compra de un Cadáver»
La única esperanza de doña Josefa y de su doncella era que don Víctor hubiera subido en otro bote. Cuando amaneció, fueron recogidos por el vapor «Carpathia», el buque que oyó las llamadas de socorro del «Titanic» y que acudió a toda maquina a auxiliarles. Cuando llegó solo pudo recoger a los que habían logrado subir a los botes, los únicos supervivientes, 705 personas de un total de 2.228. Ninguno era Víctor Peñasco.
Al llegar a Nueva York, Josefa y su doncella se dirigieron al hotel «Plaza», donde habían reservado habitaciones desde París. Aún no había pasado todo. Tenía que llegar otro barco con los muertos del «Titanic». «La doncella fue a identificar los cadáveres. Tuvo que mirar uno por uno, pero don Víctor no estaba». Nunca apareció.
Superada la primera impresión de la tragedia, surge un nuevo problema que se encargaría de resolver la propia madre de Víctor. Si no aparecía el cadáver, según las leyes de época, no se podía declarar la muerte hasta 20 años después de la desaparición. Eso era un problema para una chica que se había quedado viuda con 23 años y que tenía todo el derecho a rehacer su vida. No podría casarse hasta que tuviera 43. Y, además, no sería heredera de los bienes de su marido hasta pasada la fecha. Así que decidieron comprar un cadáver...
«Uno o dos meses después, apareció un cadáver flotando en la zona de la tragedia. Pertenecía al «Titanic». La madre de Víctor pagó mucho dinero por él y la doncella fué la encargada de "reconocerlo". El condado de Halifax pudo así expedir un certificado de defunción a nombre de Víctor Peñasco y Castellana. Curiosamente. aún hoy día no se ha podido encontrar la tumba donde está enterrado este supuesto Víctor, ya que el cementerio de Halifax que se nombra en el certificado de defunción no existe, y en el de Fairview, donde está enterradas las víctimas del "Titanic", no hay ninguna tumba con el nombre de Víctor Peñasco».
Josefa pudo rehacer su vida y se casó de segundas nupcias en 1918 con Juan Barriobero y Armas Ortuño y Fernández de Arteaga, barón del Río Tovía, con el que tuvo tres hijos. Falleció en 1972 a los 83 años de edad. Fermina Oliva, la doncella que también sobrevivió al «Titanic», murió en 1968 en su casa de Uclés (Cuenca), cuando contaba 98 años de edad. Ella nunca se casó.
Como se ha dicho al principio de este Relato, había un total de Ocho Españoles (contabilizados, pues la lista no es fiel, ya que la servidumbre no consta con nombres y apellidos y es posible que entre ellos hubiese algún español, pero esto es imposible saberlo) de los cuales todos se salvaron exceptuando Víctor Peñasco. Ahora paso a citar los nombres de dichos pasajeros.
- Las hermanas Asunción y Florentina Duran Mone : De 30 y 34 años respectivamente, leridanas, cuya familia tenia una tienda de comestibles. En la relación figuran con domicilio en Barcelona. Embarcaron en Cherburgo, viajando en segunda clase, destino final La Habana. Se salvaron el en bote número 12.
- Emilio Pallas Castello: También de Lérida. Embarcó en Cherburgo, destino final, La Habana. Pasajero de segunda clase.
- Julian Padro Manent: De Olérdola (Barcelona). Embarcó en Cherburgo, con destino La Habana. Pasajero de segunda clase.
- Encarnación Reinaldo: De 28 años. Embarcó en Southampton. Viajaba en segunda clase.
- Víctor Peñasco y Castellana, Maria Josefa Perez Soto y Vallejo «y criada»: (así figura en el libro de a bordo), domiciliados en Madrid. Embarcados en Cherburgo, destino Nueva York. Pasajeros de primera. La señora y la sirvienta se salvaron en el bote numero 8.
Estudios efectuados a partir de las imágenes submarinas demuestran que el impacto del iceberg no cortó las planchas de acero del costado del Titanic, sino que simplemente arrancó los remaches que unían dichas planchas, las cuales, al separarse, provocaron la entrada masiva de agua en un navío que, supuestamente, era insumergible.
Se ha especulado también sobre si el acero que se empleó en la construcción del casco del Titanic, con un alto contenido de azufre, era el más adecuado.
Efectuando pruebas de resistencia comparativa con el acero que se emplea en la construcción de buques hoy en día y el del Titanic, resulta que éste último es muy resistente a la tensión, pero es muy frágil, es decir, soporta mucha presión sin deformarse, pero un golpe lo rompe en pedazos, mientras que el acero moderno se dobla ante la fuerza del golpe, pero no se rompe.
Otras especulaciones apuntan en la siguiente dirección: ¿qué hubiera pasado si el Titanic hubiera chocado frontalmente contra el iceberg ? Probablemente hubiera destrozado su proa, con lo que 3 o 4 compartimentos estancos habrían quedado inundados. Pero, en este caso, probablemente hubiera continuado a flote.
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